miércoles, 5 de noviembre de 2008

Ay, deseo
de abrir alguna puerta para entrar al juego.

Esperanza
de ser el fuego que en tu corazón avanza.

Ay, mis ganas
de irme a navegar tu piel hasta mañana.
Ya veré, se verá;
mientras no pare el río se intentará.


Ay, mi sueño
de entrarte y habitar tu rincón más pequeño.


Ay, tristeza
si vas borrándome y quitándome certeza.

Alegría
de ponerte a flotar hasta que venga el día.


Ay, deseo
que me muestra la forma de lo que no veo.

Ay, antojo
de sacar algo vivo de entre mis despojos.

Ay, mis ganas
tan ávidas de estrellas cuanto más lejanas.

Como vine me iré
nada me traje y nada me llevaré.

Ay, mi sueño
que pronto se hará humo, que no es más que un leño.

Ay, anhelo
de tirar de la cuerda que desata el vuelo.

Ay, tristeza
de que no vayan juntas verdad y belleza.

Alegría
de ver que de la nada sube una poesía.

domingo, 26 de octubre de 2008

La tinta que el agua lavó

Y mi tristeza de amar
va en esa barca que guía
tu faro blanco al girar.

Ay, paloma que asomas al mar,
qué hay en tu aire que me hace temblar.
Qué he perdido en tu ciudad, qué he deseado y no recuerdo,
qué melodía fugaz se me voló mar adentro,

que la marea al pulsar junta en su agua que perdura
mientras mi sangre que pena al latir
es lo que pasa y no dura,
es lo que brilla y se va.

sábado, 25 de octubre de 2008

Necesitaría

Necesitaría que me transformara
una ciencia oculta, algún arte de magia,
en la nave que deja esta tierra maldita
y navega rumbo a tu orilla sagrada.
Necesitaría volverme invisible
para entrar secretamente a tu morada
y poder hacerme impalpable, inaudible,
para deslizarme hasta el fondo de tu alma.
Para que no intuyas que estoy al acecho
necesitaría no ser casi nada,
la inquietud apenas que agita tu pecho
como una jauría de perros fantasmas.
Necesitaría un ángel, por lo menos,
para verte desde las cornisas altas,
y un plumaje firme que aguante los truenos
mientras la tormenta grita en tu ventana.
Necesitaría un pozo de silencio
donde sepultase mis palabras vanas,
y quizás un día ver que forma tengo
cuando me refleje limpio en tu mirada.
Necesitaría luz de plenilunio
pa' prender candiles en tu espejo de agua,
fuego en tu ribera de cauce nocturno
y viento propicio en tus velas izadas.
Tiempo del desierto necesitaría,
o del mar que insiste y rompe las amarras,
para despertarte de tu sueño de ave
y pulsar tus cuerdas como las guitarras.
Necesitaría lo que ya no tengo,
esa cercanía de luna mojada;
y mientras me tardo porque estoy volviendo
necesitaría que no me olvidaras.

viernes, 29 de agosto de 2008

Yo estaba junto a vos sobre tu grito
besándote feroz la indigna muerte
mientras te ibas volando al infinito
fulgor de la mañana indiferente...

Hoy

NO HAY RIMA QUE PEGUE CON VIVIR.
Son retazos de vida que se escapan.

viernes, 15 de agosto de 2008

Funes el memorioso

Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una oscura pasionaria en la mano, viéndola como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepúsculo del día hasta el de la noche, toda una vida entera. Lo recuerdo, la cara taciturna y aindiada y singularmente remota, detrás del cigarrillo. Recuerdo (creo) sus manos afiladas de trenzado. Recuerdo cerca de esas manos un mate, con las armas de la Banda Oriental; recuerdo en la ventana de la casa una estera amarilla, con un vago paisaje lacustre. Recuerdo claramente su voz; la voz pausada, resentida y nasal del orillero antiguo, sin los silbidos italianos de ahora. Más de tres veces no lo vi; la última, en 1887... Me parece muy feliz el proyecto de que todos aquellos que lo trataron escriban sobre él; mi testimonio será acaso el más breve y sin duda el más pobre, pero no el menos imparcial del volumen que editarán ustedes. Mi deplorable condición de argentino me impedirá incurrir en el ditirambo -género obligatorio en el Uruguay, cuando el tema es un uruguayo. Literato, cajetilla, porteño; Funes no dijo esas injuriosas palabras, pero de un modo suficiente me consta que yo representaba para él esas desventuras. Pedro Leandro Ipuche ha escrito que Funes era un precursor de los superhombres, "un Zarathustra cimarrón y vernáculo "; no lo discuto, pero no hay que olvidar que era también un compadrito de Fray Bentos, con ciertas incurables limitaciones.
Mi primer recuerdo de Funes es muy perspicuo. Lo veo en un atardecer de marzo o febrero del año 84. Mi padre, ese año, me había llevado a veranear a Fray Bentos. Yo volvía con mi primo Bernardo Haedo de la estancia de San Francisco. Volvíamos cantando, a caballo, y ésa no era la única circunstancia de mi felicidad. Después de un día bochornoso, una enorme tormenta color pizarra había escondido el cielo. La alentaba el viento del Sur, ya se enloquecían los árboles; yo tenía el temor (la esperanza) de que nos sorprendiera en un descampado el agua elemental. Corrimos una especie de carrera con la tormenta. Entramos en un callejón que se ahondaba entre dos veredas altísimas de ladrillo. Había oscurecido de golpe; oí rápidos y casi secretos pasos en lo alto; alcé los ojos y vi un muchacho que corría por la estrecha y rota vereda como por una estrecha y rota pared. Recuerdo la bombacha, las alpargatas, recuerdo el cigarrillo en el duro rostro, contra el nubarrón ya sin límites. Bernardo le gritó imprevisiblemente: "¿Qué horas son, Ireneo?"". Sin consultar el cielo, sin detenerse, el otro respondió: 'Faltan cuatro minutos para las ocho, joven Bernardo Juan Francisco". La voz era aguda, burlona. Yo soy tan distraído que el diálogo que acabo de referir no me hubiera llamado la atención si no lo hubiera recalcado mi primo, a quien estimulaban (creo) cierto orgullo local, y el deseo de mostrarse indiferente a la réplica tripartita del otro.
Me dijo que el muchacho del callejón era un tal Ireneo Funes, mentado por algunas rarezas como la de no darse con nadie y la de saber siempre la hora, como un reloj. Agregó que era hijo de una planchadora del pueblo, María Clementina Funes, y que algunos decían que su padre era un médico del saladero, un inglés O'Connor, y otros un domador o rastreador del departamento del Salto.
Vivía con su madre, a la vuelta de la quinta de los Laureles. Los años 85 y 86 veraneamos en la ciudad de Montevideo. El 87 volví a Fray Bentos. Pregunté, como es natural, por todos los conocidos y, finalmente, por el "cronométrico Funes". Me contestaron que lo había volteado un redomón en la estancia de San Francisco, y que había quedado tullido, sin esperanza. Recuerdo la impresión de incómoda magia que la noticia me produjo: la única vez que yo lo vi, veníamos a caballo de San Francisco y él andaba en un lugar alto; el hecho, en boca de mi primo Bernardo, tenía mucho de sueño elaborado con elementos anteriores. Me dijeron que no se movía del catre, puestos los ojos en la higuera del fondo o en una telaraña. En los atardeceres, permitía que lo sacaran a la ventana. Llevaba la soberbia hasta el punto de simular que era benéfico el golpe que lo había fulminado... Dos veces lo vi atrás de la reja, que burdamente recalcaba su condición de eterno prisionero: una, inmóvil, con los ojos cerrados; otra, inmóvil también, absorto en la contemplación de un oloroso gajo de santonina. No sin alguna vanagloria yo había iniciado en aquel tiempo el estudio metódico del latín. Mi valija incluía el De viris illustribus de Lhomond, el Thesaurus de Quicherat, los Comentarios de Julio César y un volumen impar de la Naturalis historia de Plinio, que excedía (y sigue excediendo) mis módicas virtudes de latinista. Todo se propala en un pueblo chico; Ireneo, en su rancho de las orillas, no tardó en enterarse del arribo de esos libros anómalos. Me dirigió una carta florida y ceremoniosa, en la que recordaba nuestro encuentro, desdichadamente fugaz, "del día 7 de febrero del año 84", ponderaba los gloriosos servicios que don Gregorio Haedo, mi tío, finado ese mismo año, "había prestado a las dos patrias en la valerosa jornada de Ituzaingó ", y me solicitaba el préstamo de cualquiera de los volúmenes, acompañado de un diccionario "para la buena inteligencia del texto original, porque todavía ignoro el latín". Prometía devolverlos en buen estado, casi inmediatamente. La letra era perfecta, muy perfilada; la ortografía, del tipo que Andrés Bello preconizó: i por y, f por g. Al principio, temí naturalmente una broma. Mis primos me aseguraron que no, que eran cosas de Ireneo. No supe si atribuir a descaro, a ignorancia o a estupidez la idea de que el arduo latín no requería más instrumento que un diccionario; para desengañarlo con plenitud le mandé el Gradus ad Parnassum de Quicherat y la obra de Plinio.
El 14 de febrero me telegrafiaron de Buenos Aires que volviera inmediatamente, porque mi padre no estaba "nada bien". Dios me perdone; el prestigio de ser el destinatario de un telegrama urgente, el deseo de comunicar a todo Fray Bentos la contradicción entre la forma negativa de la noticia y el perentorio adverbio, la tentación de dramatizar mi dolor, fingiendo un viril estoicismo, tal vez me distrajeron de toda posibilidad de dolor. Al hacer la valija, noté que me faltaban el Gradus y el primer tomo de la Naturalis historia. El "Saturno" zarpaba al día siguiente, por la mañana; esa noche, después de cenar, me encaminé a casa de Funes. Me asombró que la noche fuera no menos pesada que el día. En el decente rancho, la madre de Funes me recibió. Me dijo que Ireneo estaba en la pieza del fondo y que no me extrañara encontrarla a oscuras, porque ireneo sabía pasarse las horas muertas sin encender la vela. Atravesé el patio de baldosa, el corredorcito; llegué al segundo patio. Había una parra; la oscuridad pudo parecerme total. Oí de pronto la alta y burlona voz de Ireneo. Esa voz hablaba en latín; esa voz (que venía de la tiniebla) articulaba con moroso deleite un discurso o plegaria o incantación. Resonaron las sílabas romanas en el patio de tierra; mi temor las creía indescifrables, interminables; después, en el enorme diálogo de esa noche, supe que formaban el primer párrafo del capítulo XXIV del libro VII de la Naturalis historia. La materia de ese capítulo es la memoria; las palabras últimas fueron ut nihil non iisdern verbis redderetur audíturn.
Sin el menor cambio de voz, Ireneo me dijo que pasara. Estaba en el catre, fumando. Me parece que no le vi la cara hasta el alba; creo rememorar el ascua momentánea del cigarrillo. La pieza olía vagamente a humedad. Me senté; repetí la historia del telegrama y de la enfermedad de mi padre. Arribo, ahora, al más difícil punto de mi relato. Éste (bueno es que ya lo sepa el lector) no tiene otro argumento que ese diálogo de hace ya medio siglo. No trataré de reproducir sus palabras, irrecuperables ahora. Prefiero resumir con veracidad las muchas cosas que me dijo Ireneo. El estilo indirecto es remoto y débil; yo sé que sacrifico la eficacia de mi relato; que mis lectores se imaginen los entrecortados períodos que me abrumaron esa noche.
Ireneo empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa registrados por la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los veintidós idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Con evidente buena fe se maravilló de que tales casos maravillaran. Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres propios; no me hizo caso.) Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles.
Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etcétera. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entre sueños.
Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: "Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo". Y también: "Mis sueños son como la vigilia de ustedes". Y también, hacia el alba: "Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras". Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines de un potro, con una punta de ganado en una cuchilla, con el fuego cambiante y con la innumerable ceniza, con las muchas caras de un muerto en un largo velorio. No sé cuántas estrellas veía en el cielo.
Esas cosas me dijo; ni entonces ni después las he puesto en duda. En aquel tiempo no había cinematógrafos ni fonógrafos; es, sin embargo, inverosímil y hasta increíble que nadie hiciera un experimento con Funes. Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo. La voz de Funes, desde la oscuridad, seguía hablando. Me dijo que hacia 1886 había discurrido un sistema original de numeración y que en muy pocos días había rebasado el veinticuatro mil. No lo había escrito, porque lo pensado una sola vez ya no podía borrársele.
Su primer estímulo, creo, fue el desagrado de que los treinta y tres orientales requirieran dos signos y tres palabras, en lugar de una sola palabra y un solo signo. Aplicó luego ese disparatado principio a los otros números. En lugar de siete mil trece, decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, el gas, la caldera, Napoléon, Agustín de Vedía. En lugar de quinientos, decía nueve. Cada palabra tenía un signo particular, una especie de marca; las últimas eran muy complicadas... Yo traté de explicarle que esa rapsodia de voces inconexas era precisamente lo contrario de un sistema de numeración. Le dije que decir 365 era decir tres centenas, seis decenas, cinco unidades: análisis que no existe en los "números" El Negro Timoteo o manta de carne. Funes no me entendió o no quiso entenderme. Locke, en el siglo XVII, postuló (y reprobó) un idioma imposible en el que cada cosa individual, cada piedra, cada pájaro y cada rama tuviera un nombre propio; Funes proyectó alguna vez un idioma análogo, pero lo desechó por parecerle demasiado general, demasiado ambiguo. En efecto, Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado. Resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil. Pensó que en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez.
Los dos proyectos que he indicado (un vocabulario infinito para la serie natural de los números, un inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo) son insensatos, pero revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar o inferír el vertiginoso mundo de Funes. Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez. Refiere Swift que el emperador de Lilliput discernía el movimiento del minutero; Funes discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso. Babilonia, Londres y Nueva York han abrumado con feroz esplendor la imaginación de los hombres; nadie, en sus torres populosas o en sus avenidas urgentes, ha sentido el calor y la presión de una realidad tan infatigable como la que día y noche convergía sobre el infeliz Ireneo, en su pobre arrabal sudamericano. Le era muy difícil dormir. Dormir es distraerse del mundo; Funes, de espaldas en el catre, en la sombra, se figuraba cada grieta y cada moldura de las casas precisas que lo rodeaban. (Repito que el menos importante de sus recuerdos era más minucioso y más vivo que nuestra percepción de un goce físico o de un tormento físico.) Hacia el Este, en un trecho no amanzanado, había casas nuevas, desconocidas. Funes las imaginaba negras, compactas, hechas de tiniebla homogénea; en esa dirección volvía la cara para dormir. También solía imaginarse en el fondo del río, mecido y anulado por la corriente.
Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos. La recelosa claridad de la madrugada entró por el patio de tierra.
Entonces vi la cara de la voz que toda la noche había hablado. Ireneo tenía diecinueve años; había nacido en 1868; me pareció monumental como el bronce,
más antiguo que Egipto, anterior a las profecías y a las pirámides. Pensé que cada una de mis palabras (que cada uno de mis gestos) perduraría en su
implacable memoria; me entorpeció el temor de multiplicar ademanes inútiles.

Ireneo Funes murió en 1889, de una congestión pulmonar.

jueves, 14 de agosto de 2008

.

No me arrepiento si te digo que te quiero y la canción me queda fácil traducida al re mayor. No me arrepiento porque sé que no aparento y las palabras con el viento llegan donde yo no voy.
No me arrepiento si después que vuelvo a casa la memoria me repasa el sabor de tu aguijón. Abeja reina me olvidé de las noticias de la guerra y la codicia por jugar en tu colchón.
No me arrepiento de perderme en tu cintura y revolcarme con tu cuerpo tapizado en un sillón,para encontrar el ojo de tu cerradura,si el jardín de mi locura se perdió en tu camisón.
No me arrepiento de morir en el intento de bajar la luna llena solamente para vos.
Ya ves, no puedo más, ya ves, ni un paso atrás.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Singing in the rain.

I'm singing in the rain
Just singin' in the rain
What a glorious feeling
I'm happy again
I'm laughing at clouds
So dark up above
The sun's in my heart
And I'm ready for love
Let the stormy clouds chase
Everyone from the place
Come on with the rain
I've a smile on my face
I walk down the lane
With a happy refrain
Singin', just singin' in the rain
dancing in the rain
ohh ia ohh ia ia
I'am happy again
I'am singing and dancing'in the rain
...
dancing and singin'in the rain

sábado, 26 de julio de 2008

María Catalina y Victoria Nieto.


Las cosas no andan muy bien, lo sé, todos lo sabemos, pero eso no quiere decir que estés mal. Mi amor, estás hermosa, hasta el hospital te queda hermoso.
Nosotros, tus amigos y tu familia, estamos al rededor tuyo nada más que para ayudarte, pasito a pasito y cuando te decidas a animarte a dar el gran paso.
Lo único que te pido es que no llores, que me sonrías, que me acaricies la mano de la misma forma que lo hiciste hoy, que me pidas que te bese... Me haces feliz, que abras los ojos me hace bien, me tranquiliza, me da ganas de salir corriendo y gritando... ¿Te das cuenta que si vos estás bien yo también sonrío? Mamá, Pilo, Viky, ¡todos!
Por eso, no te deprimas, y no te quedes sin ganas de continuar.
Victoria, perdón, te amo mucho, y disculpame por no poder estar con vos...
Hay que ser fuerte.

martes, 22 de julio de 2008




De repente la inesperada voz
me pone fuera de mi blanda holgura,
me deja resbalando en el veloz
tobogán que precipita la cordura.
Y yo, que no tenía previsto andar
ninguna senda lejos de mi huella,

descubro que he sido arrojado al mar,
lanzado como piedra a las estrellas.
A ver los claroscuros del amor,
la suma de toda la maravilla...

lunes, 21 de julio de 2008

Ando- Jorge Fandermole

Veo y leo los informes deformes,
conformes a proyectos selectos
que nadie va a aplicar por aquí.
Un pibe recibe diez centavos y pide
por sus seis hermanitos que viven
abriendo la puerta de un remís.
Si quiere ver el drama o la comedia mejor
encima de sus ojos hay un mirador,
depende de su lucidez para mirar
verá como el grotesco es la cruda verdad.
Ciencia, paciencia en los servicios de urgencia.
Motociclista en una emergencia
se convirtió en donante al llegar.
Cierta desierta sensibilidad tuerta
de alcohol que pone al sábado alerta
y la calle es una diosa letal.
Si la tragedia espanta con su amargo sabor,
recuerde que mañana no será mejor;
los pasos de la danza no lo dejan salir
del borde de la náusea que le da existir.
Ando paseando como un loco en un campo
de tiro y recibo en un flanco
un extraviado proyectil.
Sigo, maldigo sin testigos y sangro
herido, y un relámpago en tanto
me ciega y no me deja seguir.
Eternas gorgonas de miradas enfermas
que nunca, turgentes y modernas,
sus piernas abrirán para mí.
Pero esa cabeza con mi nombre de presa
es un trofeo que les interesa
disputar a Salomé y a Judith.
Si quiere ver…
Cínica política de circo y burbuja:
pasaron mil camellos la aguja
hacia este reino neo liberal.
Frías promesas de sus bocas vacías,
son menos que mi pobre poesía
que me libra de todo mal.

miércoles, 16 de julio de 2008

martes, 15 de julio de 2008



Vamos.

jueves, 10 de julio de 2008




Yo puse las canciones en tu walkman, el tiempo a mí me puso en otro lado.

viernes, 4 de julio de 2008

La Jaula .

Afuera hay sol.
No es más que un sol
pero los hombres lo miran
y después cantan.

Yo no sé del sol.
Yo sé la melodía del ángel
y el sermón caliente
del último viento.
Sé gritar hasta el alba
cuando la muerte se posa desnuda
en mi sombra.

Yo lloro debajo de mi nombre.
Yo agito pañuelos en la noche y barcos sedientos de realidad
bailan conmigo.
Yo oculto clavos
para escarnecer a mis sueños enfermos.

Afuera hay sol.
Yo me visto de cenizas.
(Alejandra Pizarnik, de Las aventuras perdidas, 1958)

martes, 1 de julio de 2008

Verde.

http://www.ecourbano.org.ar/

http://www.ecoclubes.org.ar/

domingo, 29 de junio de 2008

A

viernes, 27 de junio de 2008

El ruiseñor y la rosa.

—Dijo que bailaría conmigo si le llevaba unas rosas rojas —se lamentaba el joven estudiante—, pero no hay una sola rosa roja en todo mi jardín.
Desde su nido de la encina, le oyó el ruiseñor. Miró por entre las hojas, asombrado.

—¡No hay ni una rosa roja en todo mi jardín! —gritaba el estudiante.

Y sus bellos ojos se llenaban de llanto.

—¡Ah, de qué cosa más insignificante depende la felicidad! He leído cuanto han escrito los sabios; poseo todos los secretos de la filosofía y encuentro mi vida destrozada por carecer de una rosa roja.

—He aquí, por fin, el verdadero enamorado —dijo el ruiseñor—. Le he cantado todas las noches, aun sin conocerle; todas las noches les cuento su historia a las estrellas, y ahora lo veo. Su cabellera es oscura como la flor del jacinto, y sus labios, rojos como la rosa que desea; pero la pasión le ha puesto pálido como el marfil y el dolor ha sellado su frente.

—El príncipe da un baile mañana por la noche —murmuraba el joven estudiante—, y mi amada asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la tendré en mis brazos. Reclinará su cabeza sobre mi hombro y su mano estrechará la mía. Pero no hay rosas rojas en mi jardín. Por lo tanto, tendré que estar solo y no me hará ningún caso. No se fijará en mí para nada y se destrozará mi corazón.

—He aquí el verdadero enamorado —dijo el ruiseñor—. Sufre todo lo que yo canto: todo lo que es alegría para mí es pena para él. Realmente el amor es algo maravilloso: es más bello que las esmeraldas y más caro que los finos ópalos. Perlas y rubíes no pueden pagarlo porque no se halla expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor ni ponerlo en una balanza para adquirirlo a peso de oro.

—Los músicos estarán en su estrado —decía el joven estudiante—. Tocarán sus instrumentos de cuerda y mi adorada bailará a los sones del arpa y del violín. Bailará tan vaporosamente que su pie no tocará el suelo, y los cortesanos con sus alegres atavíos la rodearán solícitos; pero conmigo no bailará, porque no tengo rosas rojas que darle.

Y dejándose caer sobre el césped, se cubría la cara con las manos y lloraba.

—¿Por qué llora? —preguntaba una lagartija verde, correteando cerca de él, con la cola levantada.

—Sí, ¿por qué? —decía una mariposa que revoloteaba persiguiendo un rayo de sol.

—Eso digo yo, ¿por qué? —murmuró una margarita a su vecina, con una vocecilla tenue.

—Llora por una rosa roja.

—¡Por una rosa roja! ¡Qué tontería!

Y la lagartija, que era algo cínica, se echó a reír con todas sus ganas.

Pero el ruiseñor, que comprendía el secreto de la pena del estudiante, permaneció silencioso en la encina, reflexionando sobre el misterio del amor.

De pronto desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo.

Pasó por el bosque como una sombra, y como una sombra atravesó el jardín.

En el centro del cuadro se levantaba un hermoso rosal, y al verlo voló hacia él y se posó sobre una ramita.

—Dame una rosa roja —le gritó—, y te cantaré mis canciones más dulces.

Pero el rosal meneó la cabeza.

—Mis rosas son blancas —contestó—, blancas como la espuma del mar, más blancas que la nieve de la montaña. Ve en busca del hermano mío que crece alrededor del viejo reloj de sol y quizá él te dé lo que quieres.

Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía en torno del viejo reloj de sol.

—Dame una rosa roja —le gritó—, y te cantaré mis canciones más dulces.

Pero el rosal meneó la cabeza.

—Mis rosas son amarillas —respondió—, tan amarillas como los cabellos de las sirenas que se sientan sobre un tronco de árbol, más amarillas que el narciso que florece en los prados antes de que llegue el segador con su hoz. Ve en busca de mi hermano, el que crece debajo de la ventana del estudiante, y quizá él te dé lo que quieres.

Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía debajo de la ventana del estudiante.

—Dame una rosa roja —le gritó—, y te cantare mis canciones más dulces.

Pero el arbusto meneó la cabeza.

—Mis rosas son rojas —respondió—, tan rojas como las patas de las palomas, más rojas que los grandes abanicos de coral que el océano mece en sus abismos; pero el invierno ha helado mis venas, la escarcha ha marchitado mis botones, el huracán ha partido mis ramas, y no tendré más rosas durante este año.

—No necesito más que una rosa roja —gritó el ruiseñor—, una sola rosa roja. ¿No hay ningún medio para que yo la consiga?

—Hay un medio —respondió el rosal—, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.

—Dímelo —contestó el ruiseñor—. No soy miedoso.

—Si necesitas una rosa roja —dijo el rosal—, tienes que hacerla con notas de música al claro de luna y teñirla con la sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí con el pecho apoyado en mis espinas. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te atravesarán el corazón: la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá en sangre mía.

—La muerte es un buen precio por una rosa roja —replicó el ruiseñor—, y todo el mundo ama la vida. Es grato posarse en el bosque verdeante y mirar al sol en su carro de oro y a la luna en su carro de perlas. Suave es el aroma de los nobles espinos. Dulces son las campanillas que se esconden en el valle y los brezos que cubren la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida. ¿Y qué es el corazón de un pájaro comparado con el de un hombre?

Entonces desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo. Pasó por el jardín como una sombra, y como una sombra cruzó el bosque.

El joven estudiante permanecía tendido sobre el césped allí donde el ruiseñor le dejó y las lágrimas no se habían secado aún en sus bellos ojos.

—Sé feliz —le gritó el ruiseñor—, sé feliz; tendrás tu rosa roja. La crearé con notas de música al claro de luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Lo único que te pido, en cambio, es que seas un verdadero enamorado, porque el amor es más sabio que la filosofía, aunque ésta sea sabia; más fuerte que el poder, por fuerte que éste lo sea. Sus alas son color de fuego y su cuerpo color de llama; sus labios son dulces como la miel y su hálito es como el incienso.

El estudiante levantó los ojos del césped y prestó atención; pero no pudo comprender lo que le decía el ruiseñor, pues únicamente sabía las cosas que están escritas en los libros.

Pero la encina lo comprendió y se puso triste, porque amaba mucho al ruiseñorcito que había construido el nido en sus ramas.

—Cántame la última canción —murmuró—. ¡Me quedaré tan triste cuando te vayas!

Entonces el ruiseñor cantó para la encina, y su voz era como el agua que ríe en una fuente de plata.

Al terminar su canción, el estudiante se levantó, sacando al mismo tiempo su cuaderno de notas y su lápiz.

"El ruiseñor —se decía, paseándose por la alameda—, el ruiseñor posee una belleza innegable, ¿pero siente? Me temo que no. Después de todo, es como muchos artistas: puro estilo, exento de sinceridad. No se sacrifica por los demás. No piensa más que en la música y en el arte; como todo el mundo sabe, es egoísta. Ciertamente, no puede negarse que su garganta tiene notas bellísimas. ¡Qué lástima que todo eso no tenga sentido alguno, que no persiga ningún fin práctico!"

Y volviendo a su habitación, se acostó sobre su jergoncito y se puso a pensar en su adorada.

Al poco rato se quedó dormido.

Y cuando la luna brillaba en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y colocó su pecho contra las espinas.

Y toda la noche cantó con el pecho apoyado sobre las espinas; y la fría luna de cristal se detuvo y estuvo escuchando toda la noche.

Cantó durante toda la noche, y las espinas penetraron cada vez más en su pecho, y la sangre de su vida fluía de él.

Al principio cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y de una muchacha; y sobre la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo, canción tras canción.

Primero era pálida como la bruma que flota sobre el río, pálida como los pies de la mañana y argentada como las alas de la aurora.

La rosa que florecía sobre la rama más alta del rosal parecía la sombra de una rosa en un espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago.

Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.

—Apriétate más, ruiseñorcito —le decía—, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.

Entonces el ruiseñor se apretó más contra las espinas, y su canto fluyó más sonoro, porque cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una virgen.

Y un delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, lo mismo que enrojece la cara de un enamorado que besa los labios de su prometida.

Pero las espinas no habían llegado aún al corazón del ruiseñor; por eso el corazón de la rosa seguía blanco: porque sólo la sangre de un ruiseñor puede colorear el corazón de una rosa.

Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.

—Apriétate más, ruiseñorcito —le decía—, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.

Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las espinas tocaron su corazón y él sintió en su interior un cruel tormento de dolor.

Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque cantaba el amor sublimado por la muerte, el amor que no termina en la tumba.

Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala. Purpúreo era el color de los pétalos y purpúreo como un rubí era su corazón.

Pero la voz del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a batir y una nube se extendió sobre sus ojos.

Su canto se fue debilitando cada vez más. Sintió que algo se le ahogaba en la garganta.

Entonces su canto tuvo un último destello. La blanca luna le oyó y olvidándose de la aurora se detuvo en el cielo.

La rosa roja le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos al aire frío del alba.

El eco le condujo hacia su caverna purpúrea de las colinas, despertando de sus sueños a los rebaños dormidos.

El canto flotó entre los cañaverales del río, que llevaron su mensaje al mar.

—Mira, mira —gritó el rosal—, ya está terminada la rosa.

Pero el ruiseñor no respondió; yacía muerto sobre las altas hierbas, con el corazón traspasado de espinas.

A mediodía el estudiante abrió su ventana y miró hacia afuera.

—¡Qué extraña buena suerte! —exclamó—. ¡He aquí una rosa roja! No he visto una rosa semejante en toda mi vida. Es tan bella, que estoy seguro de que debe tener en latín un nombre enrevesado.

E inclinándose, la cogió.

Inmediatamente se puso el sombrero y corrió a casa del profesor, llevando en su mano la rosa.

La hija del profesor estaba sentada a la puerta.

Devanaba seda azul sobre un carrete, con un perrito echado a sus pies.

—Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja —le dijo el estudiante—. He aquí la rosa más roja del mundo. Esta noche la prenderás cerca de tu corazón, y cuando bailemos juntos, ella te dirá cuánto te quiero.

Pero la joven frunció las cejas.

—Temo que esta rosa no armonice bien con mi vestido —respondió—. Además, el sobrino del chambelán me ha enviado varias joyas de verdad, y ya se sabe que las joyas cuestan más que las flores.

—¡Oh, qué ingrata eres! —dijo el estudiante lleno de cólera.

Y tiró la rosa al arroyo.

Un pesado carro la aplastó.

—¡Ingrata! —dijo la joven—. Te diré que te portas como un grosero; y después de todo, ¿qué eres? Un simple estudiante. ¡Bah! No creo que puedas tener nunca hebillas de plata en los zapatos como las del sobrino del chambelán.

Y levantándose de su silla, se metió en su casa.

"¡Qué tontería es el amor! —se decía el estudiante a su regreso—. No es ni la mitad de útil que la lógica, porque no puede probar nada; habla siempre de cosas que no sucederán y hace creer a la gente cosas que no son ciertas. Realmente, no es nada práctico, y como en nuestra época todo estriba en ser práctico, voy a volver a la filosofía y al estudio de la metafísica."

Y dicho esto, el estudiante, una vez en su habitación, abrió un gran libro polvoriento y se puso a leer.



Oscar Wilde.

miércoles, 25 de junio de 2008


...lejos de la gran ciudad, ella es mi felicidad. Nada como ir juntas a la par.

martes, 24 de junio de 2008

El Lago.


En la primavera de mi juventud era mi destino
buscar un lugar del ancho mundo
que no pudiera amar menos,
tan hermosa era la soledad
del apartado lago, rodeado de negras rocas,
y altos pinos que se elevaban alrededor.

Pero cuando la noche había extendido su manto
sobre aquel lugar, como encima de todo,
y el místico viento pasaba
murmurando una melodía,
entonces, oh entonces, me despertaba
al terror del solitario lago

Pero el terror no era espanto,
sino tembloroso deleite,
un sentimiento que ninguna riqueza
me podría hacer decir ni sobornar a definir,
ni el amor, aunque fuera el tuyo.

La muerte estaba en aquella ola venenosa,
y en su golfo un ajustado sepulcro
para el que desde allí podía traer solaz
a su solitaria imaginación,
cuya solitaria alma podía hacer
un Edén de aquel oscuro lago.

Edgar Allan Poe

domingo, 22 de junio de 2008

"El cuento más corto del mundo."

-Te devoraré- dijo la serpiente.
-Peor para tí- dijo la espada.












"Cuentos para pensar" (Lo encontré en la biblioteca de la escuela, luego publico el autor.)

miércoles, 18 de junio de 2008


Repasad esta imagen como para estar bien seguros que habréis de reconocerlo, si viajáis algún día por el África, en el desierto. Si pasáis por allí os pido: tened la gentileza de esperar; no os apuréis, aguardad unos instantes, exactamente debajo de la estrella. Si veis que un niño se os aproxima, ríe, tiene cabellos color oro, si no responde a vuestras preguntas, ya sabréis de quién se trata. Sed bien gentiles entonces! Escribidme sin vacilar un instante, contadme que el principito ha regresado...

lunes, 16 de junio de 2008

De vez en cuando lo pienso, pero vuelo.

El tiempo no se congeló,
Me congelé yo, pero vos no.
Volaste,
Volaste lejos y muy alto.
Consiste, experimentaste, soñaste,
Pero te despertaste.
Puede que te duela saber
En el lugar que aterrizaste,
Pero a mí no, a mis brazos llegaste.
Y ahora que te volves a la puerta,
No me enojo, me muero.
No puedo hacer nada.
Sólo ruego que lo pienses y
Lo entiendas,
Porque yo así, otra vez no vuelvo.

domingo, 15 de junio de 2008

LXVI

NO TE QUIERO SINO PORQUE TE QUIERO
y de quererte a no quererte llego
y de esperarte cuando no te espero
pasa mi corazón del frío al fuego.

Te quiero sólo porque a ti te quiero,
te odio sin fin, odiándote te ruego,
y la medida de mi amor viajero
es no verte y amarte como un ciego.

Tal vez consumirá la luz de Enero,
su rayo cruel, mi corazón entero,
robándome la llave del sosiego.

En esta historia sólo yo me muero
y moriré de amor, porque te quiero,
porque te quiero, amor, a sangre y fuego.




Ya quisiera ser yo la Matilde Urrutia de algún Pablo Neruda.

jueves, 12 de junio de 2008




Esto es lo que llamo realidad.


(Imegen robada jiji!)

miércoles, 11 de junio de 2008

martes, 10 de junio de 2008





ES MUCHA TECNOLOGÍA PARA MÍ LA CIENCIA DEL ESCANNER.

lunes, 9 de junio de 2008

D'elía contra los oligarcas.

A ver cuantos puntos hacen.

Con los cursores a la derecha del teclado (flechitas) lo mueven al compa D'ELIA y con la barra espaciadora pega trompadas.

http://www.juegoos.com.ar/juegos/play/luis-contra-los-oligarcas

miércoles, 4 de junio de 2008

Por ser yo.


De tanto esquivar soledad
ya no hay nada que me espante.
Todo lo que tuve una vez,
hoy es ayer.
Hoy es distante.

De nada vale recordar
lo que fuera algún día.
De nada vale llorar
las horas perdidas.

Pues allí está la muerte.
Esperando.

Soy quien ayer cantó sé vos.
Hoy por ser yo
transito errante.
El camino del corazón,
que aún dentro de mi pecho late.

Sueño comprenderán,
cuál fue mi movida.
Cuando la carga del tiempo
se sume a sus vidas.

Si lo quiere mi suerte.
Será cierto.

Es por tanto extrañar
que no cierra mi herida.
No sé por que razón
el amor me lastima.

De nada vale llorar
lo que fuera entonces.
Mi verdad, mi razón,
junto al cedro y al bronce.

Los guardará la tierra.
Nuevamente.

lunes, 2 de junio de 2008

"El almacén de los objetos perdidos."

En la calle Pedernera había un almacén en el que se vendían objetos
perdidos. Con el mayor apuro habrá que decir que únicamente podía
comprarlos la persona que los había extraviado. Esta restricción, lejos de ser
un estorbo para los comerciantes, constituía el secreto de su
prosperidad. Una foto, una muñeca, una carta, una bolita o un dibujo infantil
costaban pequeñas fortunas.
El poeta Jorge Allen visitó algunas veces el negocio buscando una vieja
camiseta de fútbol. No tuvo suerte. Los dueños le informaron
amablemente que ellos sólo vendían una pequeña parte de las cosas perdidas.
-En verdad, la mayoría de los objetos se pierden para siempre -
confesaron.
-Es preferible que así sea - explicaba el cajero -. Un mundo en el que
nada se perdiera sería un mundo sin amor y sin arte.
Ciertos maledicientes pensaban que el comercio no era sino un refugio
de ladrones y reducidores, acusación que nunca fue comprobada.
Un día, los dueños vendieron el almacén a unas personas que juraban
haberlo perdido. Ahora funciona allí una pizzería.



Alejandro Dolina.


*Después de leer me puse a pensar en las cosas que he perdido y podría ir a buscar a este almacén. Más que cosas yo buscaría momentos, aquellos en los que realmente fui feliz y la pase bien; instantes en los que no me importaba nada más que ese momento, en donde la risa abundaba y la felicidad se podía tocar. Es una lástima saber que "...la mayoría de los objetos se pierden para siempre...", una lástima.


["...No dejemos de ser quienes somos. Si nuestra extraña condición nos ha hecho comprender el sentido adverso del mundo, agrupemosnos para ayudarnos amistosamente a soportar la adversidad." (Horacio Ferrer.)]

martes, 27 de mayo de 2008

No te salves. (Mario Benedetti)

No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino

y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.

lunes, 26 de mayo de 2008

Don't Stop Me Now . (Queen)

Tonight I'm gonna have myself a real good time
I feel alive and the world turning inside out Yeah!
And floating around in ecstasy
So don't stop me now don't stop me
'Cause I'm having a good time having a good time

I'm a shooting star leaping through the sky
Like a tiger defying the laws of gravity
I'm a racing car passing by like Lady Godiva
I'm gonna go go go
There's no stopping me

I'm burning through the sky Yeah!
Two hundred degrees
That's why they call me Mister Fahrenheit
I'm trav'ling at the speed of light
I wanna make a supersonic man out of you

Don't stop me now I'm having such a good time
I'm having a ball don't stop me now
If you wanna have a good time just give me a call
Don't stop me now ('cause I'm havin' a good time)
Don't stop me now (yes I'm havin' a good time)
I don't want to stop at all

I'm a rocket ship on my way to Mars
On a collision course
I am a satellite I'm out of control
I am a sex machine ready to reload
Like an atom bomb about to
Oh oh oh oh oh explode

I'm burning through the sky Yeah!
Two hundred degrees
That's why they call me Mister Fahrenheit
I'm trav'ling at the speed of light
I wanna make a supersonic woman of you

Don't stop me don't stop me
Don't stop me hey hey hey!
Don't stop me don't stop me ooh ooh ooh (I like it)
Don't stop me don't stop me
Have a good time good time
Don't stop me don't stop me Ah

I'm burning through the sky Yeah!
Two hundred degrees
That's why they call me Mister Fahrenheit
I'm trav'ling at the speed of light
I wanna make a supersonic man out of you

Don't stop me now I'm having such a good time
I'm having a ball don't stop me now
If you wanna have a good time just give me a call
Don't stop me now ('cause I'm havin' a good time)
Don't stop me now (yes I'm havin' a good time)
I don't want to stop at all.

sábado, 17 de mayo de 2008

Blackbird.

Blackbird singing in the dead of night
take these broken wings and learn to fly
all your life
you were only waiting for this moment to arise.
Blackbird singing in the dead of night
take these sunken eyes and learn to see
all your life
you were only waiting for this moment to be free.
Blackbird fly blackbird fly
into the light of the dark black night.
Blackbird fly blackbird fly
into the light of the dark black night.
Blackbird singing in the dead of night
take these broken wings and learn to fly
all your life
you were only waiting for this moment to arise
you were only waiting for this moment to arise
you were only waiting for this moment to arise.









http://www.youtube.com/watch?v=-ERnT1X9HPw

domingo, 11 de mayo de 2008

Farewell

Desde el fondo de ti, y arrodillado,
un niño triste como yo, nos mira.

Por esa vida que arderá en sus venas
tendrían que amarrarse nuestras vidas.

Por esas manos, hijas de tus manos,
tendrían que matar las manos mías.

Por sus ojos abiertos en la tierra
veré en los tuyos lágrimas un día.

Yo no lo quiero, Amada.

Para que nada nos amarre
que no nos una nada.

Ni la palabra que aromó tu boca,
ni lo que no dijeron tus palabras.

Ni la fiesta de amor que no tuvimos,
ni tus sollozos junto a la ventana.

Amo el amor de los marineros
que besan y se van.

Dejan una promesa.
No vuelven nunca más.

En cada puerto una mujer espera:
los marineros besan y se van.

(Una noche se acuestan con la muerte
en el lecho del mar.)

Amo el amor que se reparte
en besos, lecho y pan.

Amor que puede ser eterno
y puede ser fugaz.

Amor que quiere libertarse
para volver a amar.

Amor divinizado que se acerca
Amor divinizado que se va.

Ya no se encantarán mis ojos en tus ojos,
ya no se endulzará junto a ti mi dolor.

Pero hacia donde vaya llevaré tu mirada
y hacia donde camines llevarás mi dolor.

Fui tuyo, fuiste mía. ¿Qué más? Juntos hicimos
un recodo en la ruta donde el amor pasó.

Fui tuyo, fuiste mía. Tú serás del que te ame,
del que corte en tu huerto lo que he sembrado yo.

Yo me voy. Estoy triste: pero siempre estoy triste.
Vengo desde tus brazos. No sé hacia dónde voy.

...Desde tu corazón me dice adiós un niño.
Y yo le digo adiós.




Por Pablo Neruda

sábado, 3 de mayo de 2008

3

Cuando parece que todo está perfectamente ordenado para que parezca real y no lo es, es sólo lo que nuestros ojos quieren ver, sin más razón que darnos una explicación para todo aquello que nos atormenta, cuando esto ocurre, sin darnos cuenta estamos siendo ciegos. Creer que sabemos todo, no escuchar al otro, llevarnos a todos por delante, no son las actitudes correctas, porque estamos lastimando a alguien más y si no escuchamos, jamás vamos a saber si aquel castigo está bien merecido. Es necesario ser persona por más que no lo deseemos, sino obligamos a otros a que no lo sean con nosotros y ese es el problema.
Creo que es necesario aprender algo de todas las veces que nos equivocamos, pero también de cuando aplicamos el castigo a los que se equivocan con nosotros.

viernes, 2 de mayo de 2008

A veces algunas desiciones no tienen retorno. Podemos cambiar de parecer, pero eso no importa, ya lo hicimos, y no se trata de perdonar o ser perdonado, en esta vida no todo se basa en dañar a alguien más ...
Esos pasos que damos son parte de nosotros, de lo que somos y de lo que queremos llegar a ser. Nos equivocamos, y arruinamos todo o una parte de la esencia, pero no importa, equivocarse es una de las condiciones que, sí o sí, hay que cumplir para ser PERSONA... Entonces, si pido perdón es porque me equivoco. ¿ Está bien pedir perdón por existir ? ...


Penny.

miércoles, 23 de abril de 2008

Welcome to me .

Entre exámenes y trabajo práctico hago un tiempito para poder darles una cálida bienvenida. Quizás lo más probable sea que no lo logre, y no es falsa modestia, es sólo que hoy no estoy del todo bien; tengo la cabeza entre reacciones químicas, glúcidos y detritos...
No sé muy bien como se maneja todo ésto; por ahora va a ser un poco precario... Ruego poder contar contar con su paciencia.

A veces la realidad asusta, lastima, miente (que confuso, ¿no?), pero que hermoso es poder sentirse vivo en ESTA realidad.

Sonó el timbre ... tengo que volver a las fotocopias. "Es lo único que tengo que hacer ", me recuerda mi mamá.
Muchas gracias por leer éstas lineas y acompañarme en lo que me gusta, comunicarme. Gracias y "bienvenidos al tren"...

Ciao...

Peny Lane