En la calle Pedernera había un almacén en el que se vendían objetos
perdidos. Con el mayor apuro habrá que decir que únicamente podía
comprarlos la persona que los había extraviado. Esta restricción, lejos de ser
un estorbo para los comerciantes, constituía el secreto de su
prosperidad. Una foto, una muñeca, una carta, una bolita o un dibujo infantil
costaban pequeñas fortunas.
El poeta Jorge Allen visitó algunas veces el negocio buscando una vieja
camiseta de fútbol. No tuvo suerte. Los dueños le informaron
amablemente que ellos sólo vendían una pequeña parte de las cosas perdidas.
-En verdad, la mayoría de los objetos se pierden para siempre -
confesaron.
-Es preferible que así sea - explicaba el cajero -. Un mundo en el que
nada se perdiera sería un mundo sin amor y sin arte.
Ciertos maledicientes pensaban que el comercio no era sino un refugio
de ladrones y reducidores, acusación que nunca fue comprobada.
Un día, los dueños vendieron el almacén a unas personas que juraban
haberlo perdido. Ahora funciona allí una pizzería.
Alejandro Dolina.
*Después de leer me puse a pensar en las cosas que he perdido y podría ir a buscar a este almacén. Más que cosas yo buscaría momentos, aquellos en los que realmente fui feliz y la pase bien; instantes en los que no me importaba nada más que ese momento, en donde la risa abundaba y la felicidad se podía tocar. Es una lástima saber que "...la mayoría de los objetos se pierden para siempre...", una lástima.
["...No dejemos de ser quienes somos. Si nuestra extraña condición nos ha hecho comprender el sentido adverso del mundo, agrupemosnos para ayudarnos amistosamente a soportar la adversidad." (Horacio Ferrer.)]
1 comentario:
Ojalà me encuentres, ahi en la seccion de objetos perdidos....
Besotes prima y segui posteando..te quiero¡¡¡
preta
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