Los domingos por la tarde,
cuando el pueblo sale a recorrer las calles
en busca de perdón,
me siento así:
como en un letargo obligado,
eterna dentro de los restos.
La humedad -lentamente-
va nutriendo la noche
y yo pensando en irme
[t e l e t r a n p o r t a r m e].
Tu descanso está lejos,
la nostalgia acá.
Las charlas sobre el pibe,
la política y el humo.
Sonando, la banda conocida,
repite
[l o d e s i e m p r e].
Las esclavas y el río,
recuerdos y más de vos,
"erase el amor pero tuve que matarlo",
un Cronopio en mi cartera,
combinados con la ruta,
la buena vida, unos mates, la
charla banal
y el tío
Fernando
que vuelve a la cabeza
[e s c a p á n d o s e].
Lejos algo desdibuja mi paisaje -artificial-
como esa niebla que hace de las mañanas una mierda peor;
o un intruso dentro de mi intolerancia afectiva,
la señal de sabernos ya en el olvido.
Sin entenderlo, hasta sin desearlo,
con vergüenza, tal vez con culpa,
vas a dejar de verte en las noticias
[m í a s]
para realizarte en esa imagen;
chiquito, llorando el amargo tramo silencioso,
en el rincón donde quedamos.